domingo, 31 de octubre de 2010

Pelea de egos en la cama

¿Se acuerdan de la película "Lo que ellas quieren" ("What women want"), de Mel Gibson"? Yo sí, sobre todo de la escena donde él está teniendo relaciones con una mujer que termina totalmente satisfecha porque este sujeto tiene la capacidad de leerle la mente, por lo que hace todo como ella piensa que debería de hacerlo.

Pues sepan que eso no pasa en la vida real. Para gozar durante el sexo, hay que tener agallas para hablar con la pareja y decirle cuando está haciendo algo bien o mal. Cuesta, pero es posible.

Y es que no hay nada mejor que la buena comunicación durante el sexo. Eso de no decir que algo está mal solo por no herirle el ego al otro es lo peor que uno puede hacer, porque al final no queda nada bueno.

Detesto tanto escuchar a mujeres quejarse porque su pareja no las satisface. Lo peor es que al preguntarles por qué pasa eso te responden: "Ah, es que hace las cosas como no me gusta, y ya incómoda mejor dejo que termine y me voy a dormir". Peor es saber de hombres que creen que porque ellos llegaron al final feliz su pareja también. No sé cómo se puede vivir bajo esa lógica.

En serio, hagan el ejercicio y verán los buenos resultados que obtendrán. Esforzarse para que el otro se sienta pleno es algo maravilloso, pero lo es mucho más cuando el sentimiento es mutuo y durante el coito se nota que la conexión va más allá de lo puramente físico.

Cuando se llega a un nivel en que uno se puede expresar libremente sobre cómo le gusta el sexo y lo que preferiría hacer y que le hagan, cosas increíbles pueden pasar entre una pareja.

Amo saber que si le digo a mi pareja que está haciendo algo mal, que no me genera placer o me causa daño, inmediatamente se detiene y busca compensarme. Por supuesto que mi nivel de compromiso es el mismo. Pero llegar a ese punto ha implicado apertura por parte de ambos para no sentirnos mal ante una reacción adversa.

Recuerden esto: cuando uno deja de hablar con su pareja, de cualquier tema y en cualquier ámbito, es señal de que todo comienza a ser costumbre o rutina, y de ahí puede venir el quiebre. No vale la pena ser egoísta.

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