viernes, 3 de diciembre de 2010

En sueños

Soñé que me llevabas a un lugar que no era tu casa ni mi casa. El ambiente estaba cálido, había plantas, cortinas blancas muy transparentes y muebles de madera, pero eran muy pocos. Vos no vestías nada, solo te cubrías el cuerpo con una sábana que a ratos se te caía. Y yo no te perdía de vista mientras regabas las plantas y me mostrabas la estancia. Te veía porque me causaba gracia verte maniobrar con aquella cosa mal amarrada. Lo hacías intencional, yo sé. ¡Hasta en sueños sabés seducirme! En el centro de aquel cuarto estaba una cama que me pareció era tuya, hecha de madera y rodeada de cortinas, como de reina, justa para vos. Y como me sorprendiste viéndola, me invitaste a ir con vos a ella. Te seguí din dudar. De pronto estaba ahí con vos, agradecida por la suavidad del colchón y el incomparable roce de tu piel... Y de pronto todo desapareció y solo éramos vos y yo en aquella cama que ya me parecía tan grande. Te habías quitado la sábana y me veías desde la otra punta con esos ojos de fiera que tanto me gustan. Obedeciendo un impulso me estreché contra tu cuerpo, sentí cómo se te erizó la piel y cómo tu ritmo se aceleraba, igual que el mío. Después me retiré para observarte, porque he aprendido de vos que las cosas se disfrutan más cuando se dan en dosis pequeñas. Tus piernas tan suaves se abrieron y supe qué tenía que hacer. Me acordé de que te gusta que empiece suave, despacito, detalle a detalle, y así lo hice mientras te movías al compás de mis labios y mi lengua. Y luego cambiamos. Lo último que recuerdo son tus ojos viéndome. Ibas a decirme algo, pero me desperté. Desperté con sabor a vos.